Cuando me invitaron a dar una charla al equipo docente en la escuela Llor de Sant Boi, no imaginé el impacto que me causaría lo que vi durante el concurso Máster Chef que se realizó después, real y auténtico pues incluso estaba Pepe Rodríguez de jurado.
Mientras paseábamos por las nueve mesas, me fijé en cómo, antes de empezar, todos los profesores miraban cada uno de los ingredientes como si fueran una maravilla, algo digno de admiración pues la cebolla, el ajo, las fresas, la piña, el queso o las especias más extrañas eran un mundo lleno de posibilidades ante sus ojos, listos y preparados para crear el plato más exquisito posible.
No puedo olvidar sus miradas abiertas, llenas de curiosidad y sorpresa, con ganas de ponerse en acción para crear algo juntos y en equipo. Y en todos y cada uno de ellos, había una sonrisa de ilusión. En ese instante pensé, ¿qué pasaría si los ingredientes fueran niños? ¿qué pasaría si a un niño lo mirásemos como ellos están haciendo ahora mismo, como algo maravilloso lleno de posibilidades?
Aunque no nos guste la cebolla y nos deje mala olor en las manos tras manipularla, ese día no vi rechazo sino la ilusión por un propósito mayor, conseguir hacer algo grande con ella. Sí, hay niños que son cebollas. Los hay también que son como el queso azul, fuerte e intenso. Hay las fresitas que a todos nos encantan porque son fáciles y sabrosas. Y hay las especies extrañas, que no sabemos muy bien qué hacer con ellas hasta que llega Pepe y con un pellizco cambia el gusto del plato, de la vida, del mundo.
Cada niño y niña es un ingrediente de esa mesa cuidadosamente dispuesta. Todos diferentes, únicos y especiales y, creados para algo.
Ahora solo hace falta que sepamos mirarlos como hicieron esos 70 docentes repartidos en nueve mesas llenas de magia y posibilidades, y que lo incluya alguna de esas Leyes Educativas que hacen nuestros políticos.