Bajo la creencia de cumplir con todas las expectativas, el hacerlo todo bien, suele haber exigencia. Pero podemos cambiarlo por buscar la excelencia, olvidando ese “10” que tanto pesa.
La exigencia es el “tengo que”, es el “no puedo fallar”, porque mi expectativa es hacerlo todo perfecto.
La excelencia, en cambio, te lleva a decirte “me gustaría, querría seguir aprendiendo” porque estás orientado al crecimiento continuo.
La exigencia nos puede llevar a la pasividad, a la presión, al bloqueo, al estrés o a la ansiedad. La excelencia, en cambio, nos orienta hacia la motivación, la ilusión, el optimismo e incluso la fortaleza.
En resumen, la primera comporta obligación y la segunda, deseo: que es precisamente de dónde nace la mejora continua, que además sienta genial al corazón porque sentimos que avanzamos. Y es que los humanos estamos diseñados para eso, para avanzar.