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La Nación Revista | Cómo fortalecer la personalidad de los niños, entrenar sus habilidades y evitar los errores más frecuentes

Fecha de publicación

23 Feb, 2023

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“No lleves la mochila de tu niño a la escuela, no discutas la nota de un examen”, dice Cristina Gutiérrez Lestón, investigadora de las competencias emocionales

La prevalencia global de ansiedad y depresión aumentó en un 25% en el primer año de la pandemia, según un informe científico publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Para la investigadora más reconocida en España sobre educación emocional en la infancia, esto es, en gran parte, resultado de una ausencia de habilidades para lidiar con los conflictos.

Nacida en Alemania, en 1967, Cristina Gutiérrez Lestón es investigadora en el campo de las competencias emocionales aplicadas, creadora del método La Granja, por el que han pasado en 15 años más de 270.000 niños y jóvenes de entre 3 a 18 años, con supervisión de la Universidad de Barcelona. También está a cargo del Programa de Gestión Emocional de los niños afectados por Neurofibromatosis (NF1) del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, y del proyecto de educación emocional de Masía 360 del FCBarcelona. “Cuando no eres capaz de comprender y regular lo que sientes con lo que ocurre, eso que pasa controla tu vida”, indica en diálogo exclusivo con LA NACION revista.

En su último trabajo ha puesto foco en la valentía como un valor emocional que los padres de hoy tendemos a opacar a partir de una educación condescendiente, sin tantos límites y con mucho miedo a la frustración. “El fracaso, aunque no estemos preparados, sucederá igual -relata Giménez-, solo estaremos haciendo que su golpe sea más duro y que les resulte más difícil levantarse”.

¿Cómo mejorar nuestra inteligencia emocional? La especialista sugiere tres condiciones:

  • La consciencia, es el darme cuenta de lo que siento para conocerme, para saber quién soy, qué quiero, qué necesito, qué no soporto, que no permito. Y eso me lleva al autoconocimiento, a saber quién soy, lo que me permite gustarme a mí misma y tener un buen concepto de mi. Esa sana autoestima, necesaria e imprescindible, base del éxito y de la felicidad de las personas.
  • Regular lo que siento de manera positiva para mí, pero también para los demás. Regular lo que siento aunque no sea positivo, como puede ser envidia, miedo, rabia. Con esa envidia puedo hacer dos cosas. Si envidio a quien juega muy bien al fútbol, puedo fastidiarlo, es decir, no regulo, la emoción me lleva y me domina. Se puede convertir en algo malo para mí y para los demás, en algo gris que me acaba destruyendo por dentro a mi y a la gente que me rodea. Regularlo significa darme cuenta, ese piloto que me dice “ese chico juega tan bien al fútbol que a mí me da envidia”. A lo mejor simplemente lo admiro, ¿en qué puedo ser bueno para que me admiren? La regulación emocional implica dirigir lo que siento de una manera que sea positiva para mí, pero también para las personas que me rodean.
  • Entrenar las competencias emocionales como la empatía, el trabajo en equipo, el respeto, la comunicación… Son muy importantes para tener luego relaciones estables o, como mínimo, que no te echen de trabajo en trabajo porque eres conflictivo.

“Si pudiera escoger tres serían estas: conciencia, regulación y competencias sociales”, concluye Gutiérrez Lestón.

Sobre tu mirada sobre el aumento de las dolencias mentales durante la pandemia, ¿ese tiempo produjo algún cambio en materia de inteligencia emocional?

-Creo que nos hemos dado cuenta de la necesidad. Pudimos encontrarnos a nosotros mismos y comparar con las herramientas de otros. Nos dimos cuenta que lo que sirve no es el enunciado de las emociones, sino su real aplicación. De hecho, es la herramienta preventiva más importante para la salud mental, si hay salud emocional, hay salud mental. La educación emocional es la prevención. La educación emocional es para mi un superpoder. La pandemia nos permitió visualizar que las emociones pueden ser nuestras enemigas más bestiales o nuestras aliadas.

-¿Crees que “sentimos demasiado” en pandemia?

-Este tiempo nos ha hecho sentir las tres emociones más potentes que sentimos los humanos: el miedo, la rabia y la tristeza. El primero nos paraliza, nos hace hacer la peor interpretación posible. El miedo siempre ha sido contagioso y nos vuelve susceptibles, por eso hay tanta gente enfadada. La rabia nos hace sentir que algo no es justo y nos sale esa reacción rápida que nos da esa fuerza para luchar contra lo que creemos que es correcto, pero también es la que más injusticias nos hace cometer ya que nos lleva a la agresividad y a la violencia. La tristeza es apatía y desilusión.

-¿Cómo ves a los niños en este sentido?

-Lamentablemente, en los 32 años que llevo trabajando en la granja con 30.000 niños que pasan solo en Barcelona, nunca en mi vida me he encontrado con niños repletos de miedos, baja autoestima, autolesiones, ansiedad, estrés y tentativas de suicidio. El aumento de depresiones está la orden del día en toda los países. Es hora de empecemos a dar soluciones para afrontar lo que sentimos, no solo a docentes y padres y madres, sino todas las personas porque estamos desesperados y las necesitamos urgentemente.

-La dificultad para afrontar la frustración es un problema recurrente en las nuevas generaciones, ¿cómo podríamos los papás y educadores fortalecer a los pequeños en la regulación de esta emoción?

-Lo primero qué podemos hacer es no sobreprotegerlos. Esa ha sido otra pandemia. Cada vez que sobreproteges a tu hijo/a le quitas herramientas para que pueda afrontar la vida, lo debilitas, le coartas la dignidad de ser su propio defensor. Cuando ya no piensa ni cree en lo que él quiere, cae en las manos de esos amigos que a veces no son las mejores influencias. Los niños pueden hacer mucho más de lo que creemos los adultos. Si un niño no sabe qué puede hacer le estás invalidando, lo estás haciendo más débil, más cobarde. No lleves la mochila de tu niño a la escuela, no discutas la nota de un examen de tu hijo, no preguntas cuáles son los deberes por Whatsapp al resto de los padres. Si crees que no puede, el niño acaba creyendo que no puede.

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