El aumento de emociones negativas como el miedo, la ansiedad, la rabia o la tristeza, forman parte intrínseca de este intratable Covid-19, lo cual lógicamente, seguirá estando presente en este curso que empieza, de nuevo incierto y posiblemente complejo.
Evidentemente todo esto nos está afectando emocionalmente. De hecho, por mi trabajo puedo percibir que estamos todos bastante mal, fatal diría, aunque tratamos de disimularlo a toda costa por ese miedo a sentirnos vulnerables.
Pero disimular es sinónimo de esconder, callar, ocultar, tapar, fingir o disfrazar. Y todo ello está relacionado con lo mismo, con la mentira.
La armadura, esa que cada día nos vamos construyendo para protegernos, para evitar que nadie pueda herirnos, acaba convirtiéndose en lo que la misma palabra define, en un arma dura que nuestros hijos, hijas y alumnas imitan, aprendiendo la lección de la no verdad.
En la granja escuela donde trabajo con niños y niñas, estoy viendo centenares de corazas relucientes atrapando a las criaturas. Un arma dura que los aleja probablemente del hecho de que los hieran, sí, pero también de su corazón, de su sensibilidad y sobre todo, de saber quiénes son en realidad porque, ¿sabéis? es muy difícil trabajar emocionalmente con alguien con una máscara tan enganchada a la piel, porque los confunde aún más.
Invito a empezar el curso con valentía, dejando la armadura en la puerta de clase (o del trabajo). Atrevámonos el primer día a hablar de todo aquello que escondemos detrás del frío escudo, y de todo lo que hacemos para que nadie nos dañe. Nos sentiremos más vulnerables, pero seremos más humanos, que en los tiempos que corren, ¡¡¡eso sienta genial!!!