Artículo de Eva Millet.
«Tras la pandemia, el declive de la salud mental de niños y adolescentes se ha convertido en motivo de alarma. Hasta el punto de que, en 2021, la Academia Americana de Pediatría solicitó la declaración de emergencia nacional por el aumento de los trastornos de este tipo entre los menores de Estados Unidos. En Europa, vamos a la zaga: en 2022, un informe de Unicef cifraba en nueve millones los jóvenes europeos que sufrían problemas mentales. España, con un porcentaje de 20,8%, tenía el dudoso honor de encabezar el ranking.
Lo tiene clarísimo Cristina Gutiérrez Lestón, directora de La Granja, un centro de habilidades emocionales por el que cada año pasan treinta mil menores, entre Madrid y Barcelona. Esta pedagoga lleva años instando a los padres a confiar en sus hijos, empezando por las pequeñas cosas. También tiene claro que los problemas de ansiedad y depresión entre menores ya existían mucho antes de la pandemia. “Empecé a detectarlos en el 2002, en pleno boom económico: vi que se había cambiado la cultura del ser por la cultura del tener. Ahí empezaron también las prisas: esas vidas tan intensas que tienen hoy los niños, esa sensación de ‘cuanto más hago, mejor soy…’”.»